“¡Pasen y vean, al grandioso mago
Leroy!”. La voz de un artista ambulante despista a una joven que
camina despacio por aquel precioso paseo marítimo. Desvía la mirada
haciendo caso a sus palabras, pero dos segundos mas tarde le regala
un gesto que claramente quiere decir “lo siento llevo prisa”,
cuando en realidad el tiempo es lo que menos le preocupa en esos
momentos. Con indiferencia sigue su camino con medio ojo guiñado
como consecuencia del fuerte impacto del sol sobre su cara. La brisa
marina mece su pelo en minúsculos intervalos de tiempo y poco a poco
le va dejando un ligero aroma salado. Observa con interés la gran
cantidad de puestos artesanales que se disponen a lo largo de toda la
calle. Hay ciertas cosas que le llaman la atención y le gustaría
comprar, pero no lleva dinero encima. Siempre le han entusiasmado los
artilugios hechos a mano y admira muchísimo a aquellas personas
capaces de hacer tales obras de arte.
Después de haberse fijado en numerosos objetos, le echa el ojo a un precioso atrapa sueños de color
celeste que se balancea de lado a lado colgado del techo de uno de
los tenderetes. Se compone de una red principal cuyo tamaño es
bastante considerable, dos redes mas pequeñas a ambos lados y como
decoración un par de conchas y plumas en un tono esmeralda. Pese al
enorme encanto que ha sentido al verlo, sigue de largo andando
despacio. Con ayuda del viento, el largo vestido verde de palabra de honor que lleva puesto, se echa hacia atrás en cuanto la joven comienza a caminar.
Con cada uno de sus pasos, acuden a su
cabeza millones de recuerdos de aquel lugar. Al instante piensa en
aquella tarde, los dos envueltos en una manta sentados frente al mar.
Eran últimos de verano, casi anocheciendo, por lo que el frío era
incipiente. Allí fue donde le dijo lo mucho que significaba para él
y las ganas que tenía que besarla, y así lo hizo. Ese es sólo uno
de los momentos que le rondan en esos instantes. Pocos minutos
después, desciende por unas escaleras que la conducen hasta la
playa. Siente como la arena se cuela por las rendijas de sus
sandalias y disfruta del poco calor que desprende. El sol está
empezando a descender. Camina hasta la orilla del mar y con muchas
ganas, se moja los pies. Casi al segundo siente ese frío que solo
podía ser característico del pacífico. Poco a poco va perdiendo la
sensibilidad en los dedos hasta que le resulta lo suficientemente
molesto como para apartarse.
Tras estar un rato allí de pie, se
sienta de cara al enorme mar que frente a ella se encuentra. Se
acuerda de los múltiples baños que se ha dado en aquellas aguas y
la cantidad de personas con las que ha estado disfrutando de todo
aquello. Piensa la vez en la que uno de sus amigos hizo una fiesta
por su cumpleaños y fue todo su grupo a pasar allí la noche, con la
expresa luz de la luna y tres antorchas. Fue una noche inolvidable,
digna de ser recordada para siempre.
Para siempre. Cualquiera lo diría.
Aquellas palabras no consiguen mas que rememorar la mañana en la que
se reunió con su mejor amiga para despedirse de ella. Para ambas
quince mil kilómetros no eran capaces de acabar con una amistad como
la suya. Estaban convencidas. Para siempre se dijeron y ahora ella en
el mismo lugar la recuerda con dificultad tras doce años sin verla.
No está triste, no hay rastro de querer llorar en sus ojos, sabía
que aquello pasaría.
Empieza a sentir como las manos se
mueven lentamente intentando comenzar a tiritar. Se calza las
sandalias, echa un último vistazo al horizonte y sonríe. Sigue su
camino por aquel paseo marítimo en el que alguna vez vivió grandes
momentos.
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