Sabía que aquel momento era único,
incomparable a ningún otro y es que cuando la miraba sentía
moverse algo dentro del él, cosas que ni siquiera sabía que
existían. Cada segundo a su lado parecía no tener final. Los días
no estaban completos si no observaba su sonrisa a dos centímetros de
su piel y sus ojos brillantes diciéndole que aquel momento era
solamente suyo. De los dos.
Le prometió no olvidarla nunca, recordar
aquellos días como los más grandes de la historia. Le juró que
aquello era una película propia en la que ella era la protagonista.
La hizo sentir sobre una nube con sus palabras y sus actos. Cada beso
fue mágico. Rozar sus labios lograba erizar cada centímetro de su
piel proporcionándole un escalofrío incomparable a ningún otro.
Tenerla entre sus brazos, sentir su cuerpo fundiéndose contra el
suyo, hacían de las noches perfectas. No entendía la posibilidad de
sentir tal explosión de sentimientos con el simple hecho de estar
junto a una persona, pero no le importaba, no era su intención
comprenderlo, si no aprovechar cada instante.
Sabía que ella no era
diferente al resto, ni especial, ni única. Pero si fue la que hizo
de él su mejor “yo”. Conforme el sol iba a apareciendo tras el
horizonte cada mañana la quería mucho más. Acariciaba su pelo y la
hacía de rabiar, porque según él, era preciosa de cualquier
manera. Le encantaba con el maquillaje corrido y el pelo alborotado,
con sus zapatillas de estar por casa y ese pijama con dibujitos
desgastado. Le encantaba de cualquier forma mientras llevase puesta
su sonrisa y su carisma.
Sabía que aquello podía acabar cuando
menos se lo esperara y por eso procuró crear una historia en la que
cada día tenía un final feliz. Su final feliz.
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