sábado, 3 de noviembre de 2012

Siento correr por mis venas tu respiración.


Sabía que aquel momento era único, incomparable a ningún otro y es que cuando la miraba sentía moverse algo dentro del él, cosas que ni siquiera sabía que existían. Cada segundo a su lado parecía no tener final. Los días no estaban completos si no observaba su sonrisa a dos centímetros de su piel y sus ojos brillantes diciéndole que aquel momento era solamente suyo. De los dos. 

Le prometió no olvidarla nunca, recordar aquellos días como los más grandes de la historia. Le juró que aquello era una película propia en la que ella era la protagonista. La hizo sentir sobre una nube con sus palabras y sus actos. Cada beso fue mágico. Rozar sus labios lograba erizar cada centímetro de su piel proporcionándole un escalofrío incomparable a ningún otro. Tenerla entre sus brazos, sentir su cuerpo fundiéndose contra el suyo, hacían de las noches perfectas. No entendía la posibilidad de sentir tal explosión de sentimientos con el simple hecho de estar junto a una persona, pero no le importaba, no era su intención comprenderlo, si no aprovechar cada instante. 

Sabía que ella no era diferente al resto, ni especial, ni única. Pero si fue la que hizo de él su mejor “yo”. Conforme el sol iba a apareciendo tras el horizonte cada mañana la quería mucho más. Acariciaba su pelo y la hacía de rabiar, porque según él, era preciosa de cualquier manera. Le encantaba con el maquillaje corrido y el pelo alborotado, con sus zapatillas de estar por casa y ese pijama con dibujitos desgastado. Le encantaba de cualquier forma mientras llevase puesta su sonrisa y su carisma. 

Sabía que aquello podía acabar cuando menos se lo esperara y por eso procuró crear una historia en la que cada día tenía un final feliz. Su final feliz.

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