Desconectar totalmente, sentir la
soledad invadiendo sus alrededores, apenas un minuto para pensar...
solamente buscaba eso. Un lugar donde lograr olvidarse por un momento
del puto mundo y de su puta felicidad extrema. No había motivos para
ser feliz, o al menos, no aquella vez. Odiaba todo cuanto existía en
la vida, odiaba incluso a su propia persona. Se hallaba perdida entre
un millón de gente que creía saber algo y, en realidad, no tenía
ni idea. Iba comprobando poco a poco como cada uno de los valores que
la habían forjado como ser humano se iban desvaneciendo con el paso
de las horas. Iba comprobando poco a poco cómo se iba desvaneciendo
ella misma. En su interior no quedaba rastro alguno de sentimientos,
la habían abandonado hasta un punto en el cual no existían
posibilidad de retorno. Aquella noche su interior era como el Sahara
un invierno a altas horas de la madrugada. Frío. Helado. Aquella
noche un viento siberiano recorría sus costillas y miles de suspiros
anidaban en su boca. Se preparaba para cuando por fin acabase la
cuenta atrás y las lagrimas acudiesen al llanto. Se sorprendió a si
misma, pues hasta ese punto, había conseguido ser mas fuerte de lo
que nunca antes había sido. Necesitaba el calor de una persona, un
abrazo sincero, volver a sentir moverse algo en su cuerpo. Sin
embargo, nadie era capaz de lograrlo. Nadie era capaz de compréndela, o al menos eso era lo que ella pensaba. Tenía tanto que contarle al
mundo y había tan poca valentía en su ser... acabó creando un cumulo que explotó haciéndola pedazos en sus adentros. Se
sentía frágil y vulnerable y se esforzaba por ocultárselo al
resto. Le asustaba parecer débil. Guardaba sus pensamientos bajo
llave y no confiaba si quiera en los que consideraba los “suyos”.
Temía ser herida por las personas. Pero se equivocaba. El único ser
humano que la hirió fue ella misma. Acabó por autodestruirse
convirtiéndose en una sombra pálida y fría de lo que alguna vez
fue, y temía no recuperarse nunca.
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