Hay muchas cosas en nuestras vidas que
no funcionan de la forma en la que realmente nos gustaría. Momentos
en los que nos asustamos frente a aquello que se nos viene encima.
Situaciones en las que deseamos desaparecer y huir del futuro
llamando a nuestra puerta. Sin embargo, las cosas cambian cuando ese
futuro se presenta con una sonrisa cautivadora. Una sonrisa que desde
el primer momento consigue ganar tu interés y hacer aparecer un
atisbo de felicidad sobre tu rostro. Ese es el futuro más temido, el
que aparece como un presente pasajero pero empieza a gustarnos; y
empieza a rondarnos la idea de que perdure, porque nos encanta
aferrarnos al pensamiento de que podremos permanecer tan contentos
como ahora con el paso de los años. Esas ganas de continuar, de
seguir con ese futuro incierto pero verdadero y sobre todo intenso,
es lo que me gusta llamar amor. Y ese futuro tiene un nombre y unos
apellidos, unos ojos, unas manos, unas piernas y una boca que me
vuelve loca. Que me pide a base de susurros y tímidas mordeduras en
el labio inferior que la coma a besos, que le quite la respiración
durante un par de segundos. Eso es el amor, dejar de vivir durante unas milésimas para dedicar toda tu fuerza de supervivencia
en rodearlo con tus brazos para no separar su cuerpo del tuyo. En
perder la noción del tiempo mientras el sudor resbala por su espalda a la vez que un pequeño arañazo deja la prueba de la
conexión entre ambos. El amor es llorar por las dudas de que se te
escape ese futuro, de no ver un mañana si no es a su lado y las
ganas y el empeño en fingir que realmente no importa que se esfume.
El amor es aparentar ser fuerte ante los golpes de la vida y
sin embargo, ser frágil y quebradiza si su respiración ronda tu
cuello.
Con frecuencia afirman, niegan o me preguntan si vivo
enamorada de mi futuro incierto, y sólo se me pasa por la cabeza
contestar que la idea del amor es diferente para cada ser humano,
pero que si estar enamorada es no saber expresar lo que se sientes ni cómo lo sientes, desear tenerle entre tus brazos a todas horas y querer estar
tumbada a su lado sin importar nada más sólo porque tienes delante
sus brillantes ojos, sin la necesidad de hablar, sólo apoyando la
cabeza en su pecho y mirar la vida pasar con sus latidos como banda
sonora; entonces la respuesta es que sí.
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