martes, 9 de abril de 2013

El abismo en su mirada


[...] El sol volvía a asomar por uno de los huecos de su persiana como cada mañana. Entre las sábanas revueltas de su cama se decía a si misma que ya iba siendo hora de levantarse y saludar a un nuevo día. ¿Nuevo? Bueno, quizá sólo en el sentido figurado. Desde hacía un par de meses la rutina se había convertido en su miseria. El pasar de las horas la martirizaba intensamente y en ocasiones, dudaba acerca de si prefería que el tiempo transcurriese más deprisa o si la solución era que se parase para siempre. Sin embargo, las respuestas nunca acudían a su ayuda y por ello vivía en una continua espiral que carecía de sentido alguno. El impulso, la motivación, las ganas de comerse el mundo, se habían esfumado por la puerta trasera y no parecían tener intención de regresar. Pero a ella no le importaba, se había acostumbrado a ese vacío continuo dentro del pecho. A la indiferencia. Quizá todo empezó cuando se enamoró por primera vez, cuando se percató de que él ocupaba su cabeza las veinticuatro horas del día y de que las piernas le temblaban cada vez que la agarraba por la cintura. Lo lógico hubiera sido que con la cabeza a pájaros y el estómago lleno de mariposas no le hubiese importante nada ni nadie más, pero al menos fuese feliz. Pero ella no funcionaba con lógica. No era esa clase de personas que llevan implícito un manual de instrucciones y se conoce al detalle su funcionamiento. Ella se asustó. Le atemorizó el hecho de que otra persona pudiese resultarle más importante que sí misma y su mundo. Le dio miedo entregar toda su piel y dejarse llevar. Así que acabó por fumigar su interior y hacer desaparecer cada una de esas mariposas que volaban a su antojo dentro de su cuerpo provocando sensaciones de una mezcla de placer y angustia. A fin de cuentas siempre odió los bichos voladores.