viernes, 15 de noviembre de 2013

Baños con luciérnagas




El reloj se acercaba tímidamente a la una de la madrugada y la bañera desprendía abundante vapor, señal de que el agua estaba caliente. El dedo meñique de su pie izquierdo huyó rápidamente al contactar con la elevada temperatura en la que se sumergía. Un segundo mas tarde repitió la acción y, poco a poco, su piel se acostumbró a ese calor asfixiante pero apacible. Una vez todo su cuerpo se vió cubierto de gotas de agua, él procedió a introducirse para hacerle compañía al tiempo que agachaba su cabeza algo mas que el resto de sus extremidades, para así poder saludarla con un cariñoso beso. Cuando se hubo acomodado a su vera, la abrazó con fuerza y le susurró al oído un “Te quiero” que erizó cada centímetro de su piel. Ella se limitó a sonreír y a pensar para si misma lo estúpida que parecía cuando estaba a su lado, lo indefensa y pequeña que se sentía y lo mucho que él la protegía. Sobre el agua flotaban un par de lucecitas que hacían de aquello algo aún mas especial. Ella las llamaba luciérnagas, sus particulares luciérnagas. Al igual que esos bichitos con forma de gusano que pocas personas pueden presumir de haber visto, ella se sentía mas especial que ninguna. Única. Giró su cabeza un poco y le observó al tiempo que sonreía. Esa sonrisa de la que esperaba ser el motivo. Esa sonrisa que le ganaba a aquellas luces y se encargaba de iluminar el cuarto de baño. Esa sonrisa que, como la suya, eran el motivo de haber encontrado cada uno a su propia luciérnaga.