lunes, 18 de febrero de 2013

No me siento yo porque mi yo no está completo.


En tanto que el tiempo pasa, mis ganas pesan cada día más. Me retuerzo cada noche entre las sábanas soñando con ese abrazo que tanto deseo. Ese olor pegado en mi pelo y esa sonrisa que brilla más que el sol. Cada instante hay una voz constante que me susurra tu nombre. ¿Por qué no estás aquí? Te quiero conmigo andando sin rumbo por la calle, hablando en susurros para no llamar la atención de nadie y riendo a carcajadas por tonterías que solamente entenderíamos tú y yo. Quiero esos choques de manos cuando de nuestra boca salían las mismas palabras al mismo tiempo sincronizadas, tus “estás de la olla” seguido de un “cómo te quiero” y los vasos hasta arriba que se vaciaban al mismo tiempo que nuestra estabilidad desaparecía.  Las cientos de canciones que nos marcaron, que nos hicieron dar saltos y gritar como si no existiese mañana. Esas que hacen eco en mí día si, día también. Esas que me recuerdan cuando todo parecía al borde del abismo y tú lo arreglabas con esa forma de ser que tanto te caracteriza y te hace especial. Esa forma de ser que aguantaba mis días odiosos y le encantaba sacarme a tomar algo para arreglarlo. Brindábamos por el momento y por lo que éramos. Todavía brindo por un nosotros que sigue vivo. Un nosotros que extraña los veranos al sol y las tardes interminables muriendo de calor. Un nosotros que dice “coño, te quiero aquí.” Un nosotros que desde hace tiempo es un triste yo. Un yo que te echa de menos, un yo al que le faltan los insultos cariñosos, un yo que todavía espera el momento de verte otra vez. Un yo que te necesita de verdad. Un yo que tú hacías un poquito más feliz. Un yo que siempre fue tú.